miércoles, 24 de marzo de 2010
Nuevas meditaciones del Califa
El Califa andalusí Faisal ibn Gonzalí se siente preocupado. Acaba de despachar con su Gran Visir, el eunuco cristiano Narserra y con el dos veces visir, el ubicuo Abu Ben Lloqui, simultáneo valí y cadí, custodio del jardin de las flores del bien y del mal. Le han informado de los detalles más recientes de las acusaciones que está realizando desde el calabozo el antiguo Jefe de la Guardia de Palacio, Abd-el-Roldaní. La situación parece que se les está escapando de las manos, y ha aumentado de modo evidente la alteración de los cristianos. Por consiguiente, ha decidido hacer una visita a sus aliados Pujol II, conde de Barcelona y Arzallus "Testuz de buey", cabecilla de los montañeses vascones, a fin de robustecer los lazos que los atan al Califato.
El Califa redacta las órdenes que debe cumplir en su ausencia Narserra. Es imprescindible que frene en sus ímpetus a los Vera-beres, acabando con sus indiscriminadas incursiones en el terreno enemigo. En ellas muestran demasiados flancos desprotegidos, de modo que podrían ser capturados de la misma forma que ya lo ha sido uno de sus caudillos, Leafar el Vera-ber, que realizó una expedición a tierra cristiana completamente atontado como consecuencia de una pedrada que le había tirado el Imán Abderramán el Pedrojotí desde su minarete, en el momento de partir de Sevilla. Por consiguiente, es conveniente encaminar estas energías (las de los Vera-beres, no las de El Pedrojotí, ¡mal rayo le parta!), a partir de ahora y de un modo selectivo, al reforzamiento de las defensas de las fortalezas de la frontera.
Amonesta severamente a Narserra sobre los peligros del retorno del antiguo Gran Visir Al fonsur, que conserva más amigos dentro de los resortes de la Administración del Califato que los que serían soportables hasta para una persona sin malicia (circunstancia por fortuna muy escasa en su gobierno y menos en Narserra). Encarece finalmente a Narserra para que exija a sus espías de dentro y fuera del Califato un esfuerzo especial a fin de poder tener a su regreso del viaje una información exhaustiva de la situación del Califato y de los Reinos Cristianos. De este modo, podrá tomar una decisión sobre la oportunidad o no de adelantar la fecha de la campaña que quiere emprender contra los cristianos.
El Califa ha dispuesto que lo acompañe una pequeña escolta, a cuyo frente irá su Mayordomo personal Al-fared Rub al Cabí. Además, en un carromato especial, portarán el olivo enano que le envió el emperador de Cipango. Aunque en palacio hay buenos jardineros, no puede permitir que quede en otras manos que no sean las suyas. Tal es el aprecio que siente por el pequeño árbol.
Si bien los tiempos no son nada tranquilos, no teme ningún percance ni en Saracosta, capital de la Marca Superior ni en la Capital de la Marca Media, Toledo. Lo que no entiende bien, a pesar de que se lo ha explicado Narserra, es qué pinta al frente de la Marca Superior el físico Salomón ben Israel. Su última información de la misma era que el valiente Josemar el Pedrolí, en una arriesgada maniobra de flanco había derrotado completamente a las tropas cristianas, conquistando Saracosta. Ahora el valiente Pedrolí parece ser que ha tenido que dejar el gobierno de la Marca en manos de su lugarteniente Salomón. Narserra le ha dicho que El Pedrolí, acosado por los enrabietados cristianos, cayó desgraciadamente en una trampa puesta por él mismo y cuya existencia y ubicación tenía olvidadas. La lanzada que recibió fue tan profunda que hay muy escasas esperanzas de que se recupere.
Narserra le ha contado también la reyerta que se ha organizado entre todos los generales de la Marca por un complicado problema de espionaje. Al oir hablar de espias ha preguntado directamente a Narserra si no tendría él algo que ver, pero éste se lo ha negado tajantemente, diciendo que, aunque le pareciera mentira, el asunto se le había escapado.
La confusión que reina en la Marca Superior como consecuencia de la pelea entre los generales es enorme. Las alianzas de unos contra otros cambian de día en día y muchos de ellos buscan peligrosamente el auxilio de los cristianos. Narserra le ha asegurado que, con todo esto, puede ser inminente la caida de la Marca. Parece que el Condestable Aznar se está preparando un nuevo jubón de tafetán para festejar la victoria. Por consiguiente, el Califa estará poco tiempo en Saracosta, sólo el imprescindible para dar ánimos al general que esté al mando el día que llegue allí, sea el que sea. Definitivamente, no le gusta nada la tierra que vió nacer a Abd el Roldaní.
Más importante es la segunda parte de su viaje. Visitará a Pujol II en su palacio de Barcelona. Ha mandado un mensajero a Arzallus "Testuz de buey" invitándole a que asista a la reunión con el Conde Pujol II, para ultimar las negociaciones los tres juntos. Pretende firmar con ellos una prórroga del Pacto de no agresión que tienen suscrito, que le permita tener las manos libres frente al Condestable de Valladolid. De este modo, y a la vista de los informes de los espías de Narserra, podrá escoger la mejor fecha para emprender la campaña contra Aznar.
El Califa sonríe al pensar en los obsequios que va a entregar a ambos aliados. Al Conde Pujol le lleva un precioso cofre de caudales hecho de maderas preciosas taraceadas al estilo cordobés, con incrustaciones de esmeraldas. Está seguro de que el ahorrativo noble lo agradecerá, (a la vez que le despreciará íntimamente por el derroche). Había considerado la oportunidad de regalarle uno de los ejemplares de árboles diminutos que le envió como presente el emperador de Cipango, pero conociendo la susceptibilidad de Pujol, ha abandonado esta idea. A Arzallus "Testuz de buey" le lleva un hacha de piedra pulimentada, pues la última vez que se vieron apreció que el hacha que portaba en su morral de piel de conejo era de piedra tallada y, además, estaba bastante gastada. No está seguro de que le vaya a gustar este regalo, pues los montañeses vascones son bastante tradicionales y miran con cierto recelo las novedades. Sin embargo ha decidido arriesgarse, pues ello le permitirá tantear la lealtad de este aliado del que no se fía demasiado. Tampoco le preocupa en exceso su pérdida, pues las montañas están muy lejos de Al Andalus.
Más preocupación le producen las relaciones con el conde Pujol II, al que sí considera un enemigo potencial de cuidado. Sin embargo, la información que le ha proporcionado Narserra sobre ciertos devaneos de Pujol II y de su hijo, el futuro Pujol III, con una barragana de Barcelona conocida como "la Rosa" en los bajos fondos condales, será de una gran ayuda para los intereses del Califa. Éste sabe que Pujol II afirma que no ha habido nada, pero la simple sospecha sugerida en los oidos de la Condesa Marta puede provocarle un grave problema doméstico. Con ello jugará el Califa y está seguro de salir victorioso como siempre.
Ya de regreso a Al Andalus, entrará en la capital de la Marca Media, Toledo, para llamar al orden a Mehmet Beni Bono. Nunca le perdonará el gravísimo error que cometió en la anterior campaña contra los cristianos cuando le sugirió contratar a un famoso general extranjero del país de los francos llamado Baltasar, conocido entre sus hombres como el "garsón", palabra que al decir de sus consejeros significa "muchacho" en el idioma de los francos. ¡"muchacho" y bien pequeño demostró ser el "garsón" que, en los largos meses que estuvo en Sevilla, no logró aprender ni una sola palabra del idioma del Califato! ¡Cómo iba a poder mandar a los esforzados capitanes que colocó bajo su mando si éstos no entendían las órdenes que el "garsón" les daba! Por consiguiente, ha tomado la firme resolución de prohibir que se contraten extranjeros, en especial francos, para dirigir sus ejércitos. Son mejores los andalusíes o los cristianos renegados.
El Califa suspira profundamente. En sus manos un papel en el que está escrito un bello proverbio del emperador del lejano país de Cipango: "Existe una puerta por la que puede entrar la buena o mala suerte; pero sois vosotros quienes tenéis la llave".
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