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jueves, 15 de abril de 2010

Las desgracias del Califa


El Califa andalusí Faisal ibn Gonzalí se siente muy irritado. Por si fueran pocos sus problemas con las acusaciones de Abd-el-Roldaní y los ataques continuos de Abderramán el Pedrojotí y otros Imanes principales que lo acusan de impío, acaba de llegar al Alcázar de Sevilla una paloma mensajera procedente de Bagdad, sede principal de la Unión de Califatos (llamada antes Comunidad Mediterránea de Mercaderes - C.M.M. -) y la misiva que portaba en su pata izquierda le ha causado una enorme contrariedad. En ella (en la misiva, no en la pata), el Vicevisir de Asuntos relacionados con los Califatos del Suroeste le ha informado de que, por razón de las complejas normas vigentes desde que se aprobó el Tratado de la Unión, el Parlamento Califal (órgano de la Unión formado por 500 miembros, asistidos de 5500 servidores y cuyas funciones están todavía en proceso de definición) va a ser trasladado en camellos desde Bagdad a Damasco, al objeto de celebrar sus sesiones ordinarias justo la semana que viene. La consecuencia es que los parlamentarios no van a estar en Bagdad en esas fechas, ni tampoco los Califas de Bagdad, Omar El Mutcol y de La Meca, El Ward Bal Adir, que tenían previsto participar en sus sesiones y que, por consiguiente, se encontrarán en Damasco.

La coincidencia del traslado del Parlamento Califal a Damasco ha exasperado al Califa ibn Gonzalí pues, precisamente esos días, iba a acudir a Bagdad con la finalidad de participar, por consiguiente, en un ciclo de conferencias organizado por el "Club Siglo XI", a impartir en la sede del Consejo de Esclavos y Mercaderes (C.E.M.), órgano asesor de la Unión en temas económicos y sociales, con el tema "El Gobierno de un Califato moderno: estrategias de selección de validos y ministros". La ponencia que le corresponde exponer es "Visires y Gobernadores en el Califato Andalusí, una experiencia ejemplar", y la ha estado preparando, por consiguiente, con gran interés, con la ayuda de su Gran Visir, el cristiano renegado Narserra, que le ha ofrecido su visión personal sobre uno de los capítulos más importantes de la charla "El Visir moderno y la gestión de los procesos de información. La experiencia andalusí: el S.E.S.I.D. (Servicio Especial de Sistemas de Información Delicados)".

La conferencia tenía importancia para Faisal ibn Gonzalí más que por el tema en sí (a pesar de que estaba convencido de sus profundos conocimientos en él), por el hecho de que, al coincidir con las fechas en que se celebraban las sesiones del Parlamento Califal, era muy probable que pudiera haber conseguido, por consiguiente, que asistieran a ella algún Califa o Emir, varios Vicevisires e incluso, con un poco de suerte uno de los Visires de la Unión. Tenía, por otra parte, apalabrada una audiencia con los Califas de Bagdad, Omar El Mutcol y de La Meca, El Ward Bal Adir, aprovechando la recepción general que iba a ofrecer a los asistentes a la sesión inaugural del Parlamento el Alto Visir de la Comisión de la Unión.

De la audiencia, que forzosamente iba a ser corta, no esperaba gran cosa, pues Ward Bal Adir no congeniaba con él y se lo demostraba sin cesar (era muy franco) y El Mutcol, que había sido su amigo durante muchos años, últimamente parecía que le estaba volviendo la espalda (hecho significativo teniendo en cuenta las dificultades de movimiento de El Mutcol, debido a su inmensa gordura). Sin embargo, el Califa Ibn Gonzalí confiaba en obtener provecho a su regreso a Al Andalus transmitiendo al pueblo de Sevilla que los Califas de la Unión estaban con él. Si bien sabía que Abderramán el Pedrojotí, los Herreríes y otros Imanes principales iban a acusarlo desde sus Minaretes de mentiroso e impío por el engaño, no tenía la menor duda de que sus fieles obtendrían con ello más fortaleza de cara a las duras jornadas que les esperaban a todos ante el inminente ataque del maldito Condestable de Valladolid, el odioso Aznar.

En realidad no entendía bien por qué se enfadaban tanto El Pedrojotí y los otros, si, en definitiva, no era más que una mera cuestión de interpretación de los gestos y palabras de El Mutcol y El Ward Bal Adir, y un poco de imaginación añadida. Y además, como dice ese viejo proverbio: "el hombre sólo recurre a la verdad cuando anda corto de mentiras"

Todo el proyecto ha caido desmoronado como un castillo de naipes tras la noticia que ha traido la paloma mensajera en su pata izquierda. La conferencia va a quedar muy mermada, siendo previsible que acudan a ella sólo algunos de los representantes permanentes en Bagdad de los mercaderes y esclavos de la C.E.M. y el personal de la Embajada del Califato andalusí.

El Califa ibn Gonzalí ha visto además con ira cómo el Vicevisir de asuntos relacionados con los Califatos del Suroeste ha aprovechado la otra pata (la derecha) de la paloma mensajera para recordarle, eso sí, muy cortesmente, que aún no habían recibido la aportación económica andalusí correspondiente al año anterior y ha concluido su escrito advirtiendo que los gastos de la Unión aumentarán previsiblemente este año porque los traslados del mobiliario, enseres y funcionarios en camello entre Bagdad y Damasco se van a producir cada quince días, y los camellos consumen abundante forraje (sin contar con que, además, los camelleros también cuestan algún dinar).

¡Con lo mal que están las arcas del Califato en los últimos años! Entre los pagos de rigor, los derroches del Harén y los tributos que exigen todos los meses los aliados del Califa, Pujol II, conde de Barcelona y Arzallus "Testuz de buey", cabecilla de los montañeses vascones, el Tesoro está en las últimas.

El Califa ibn Gonzalí, todavía con las misivas de la Unión Califal en las manos y rojo de indignación (aunque no de vestido, que como siempre tiene tonos celestes) recibe a su Gran Visir, el eunuco cristiano Narserra y al dos veces visir, Abu Ben Lloqui, que comparecen ante él con el objeto de ponerle al corriente de las últimas novedades del caso "Abd-el Roldaní".

(Para los que no hayan leido los anteriores relatos sobre la vida del Califa, el cronista que esto les escribe se siente obligado a darles cuenta de quién es Abd-el-Roldaní y cuáles son los motivos por los que ibn Gonzalí, Narserra y Ben Lloqui han de dedicar algo de su precioso tiempo a este personaje.

Abd-el-Roldaní había sido Jefe de la Guardia de Palacio del Alcázar de Sevilla bajo las órdenes de Leafar el Vera-Ber, responsable de las guardias de todos los palacios de Al Andalus y lugarteniente, a su vez, de Yusuf Alí el Corcurí, Gobernador General del Califato. Por diversas circunstancias que vienen al caso (el Imán Jusuf Alí el Gutí al pasar junto al palacio de El Roldaní observó que sus ventanas mostraban un extraño brillo dorado. Al asomarse, comprobó asombrado que estaba lleno de monedas de oro que tenían la efigie del Califa ibn Gonzalí. Escandalizado se subió al minarete y empezó a clamar contra el pecado cometido con voz de trueno, mesándose las barbas), El Roldaní tuvo que huir precipitadamente de la Corte. Desde el exilio mandó varias cartas a los Imanes explicando que su fortuna le había sido regalada por sus jefes Leafar el Vera-Ber y Yusuf Alí el Corcurí y que el Califa, según éstos le decían, lo sabía. El Pedrojotí montó en cólera contra ibn Gonzalí, por impío, pero Leafar y El Corcurí negaron las acusaciones de el-Roldaní. Tras diez meses, éste ha vuelto a Sevilla en extrañas circunstancias, pues no se sabe a ciencia cierta si fue capturado o se entregó, y ni siquiera se han puesto de acuerdo en qué lugar ocurrió: unos dicen que fue en el puerto de Alejandría, al desembarcar de un buque fenicio procedente de Tiro; otros dicen que fue en alta mar, en un barco pirata, a la altura del Cabo Matacán; hay incluso quien dice que el Roldaní no salió nunca de Sevilla y que estuvo escondido todo el tiempo en casa de un mercader de vinagres. También hay división de opiniones sobre las personas que iban con él: se sabe que estaba el Capitán Yaseacér Khan, pero sigue sin saberse en nombre de quién; y, por otra parte, estaban los policías que mandó Abu Ben Lloqui, Mahmet y Mehmet, acompañados de Mohmet, experto en artes marciales y en el manejo de la cimitarra - por cierto que Mohmet no tuvo que manejar la cimitarra, pero llegó a Sevilla con los hombros destrozados por el peso del cofre que traía el Roldaní.)

El Califa escucha las explicaciones de uno y otro, exasperado porque todo ha salido mal en este asunto. Narserra y Ben Lloqui se acusan recíprocamente de haberse obstaculizado en las gestiones realizadas. Con relación a la entrega, la discusión se centra en el papel jugado por el Capitán Yaseacér Khan. Ben Lloqui exclama indignado que es un agente del S.E.S.I.D., a sueldo de Narserra.

Faisal contempla cómo ambos continúan a gritos y la irritación de éstos le devuelve, como un extraño efecto balsámico, la serenidad. Comprende que la crisis es muy grave, ya no para sus colaboradores sino para él mismo, que puede perder el Califato y marchar al destierro al Norte de África, o incluso ser encarcelado por el Condestable de Valladolid que, aprovechando la debilidad del Califa, puede en cualquier momento tomar Sevilla.

En ese momento, viene a sus pensamientos una pequeña fábula que le contaron un día ya muy lejano:

Un sabio oriental se pasea con su discípulo. Atraviesan un puente. ¿cuál es el ser del puente?, pregunta el aprendiz de filósofo. Su maestro lo mira y de un empujón lo precipita en el río.

Faisal ibn Gonzalí piensa en el relato y, casi sin querer, lo pone en relación con sus problemas. Su mirada repara sucesivamente en Abu Ben Lloqui y Narserra, que siguen discutiendo acaloradamente, y de repente, Faisal sonríe.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Nuevas meditaciones del Califa



El Califa andalusí Faisal ibn Gonzalí se siente preocupado. Acaba de despachar con su Gran Visir, el eunuco cristiano Narserra y con el dos veces visir, el ubicuo Abu Ben Lloqui, simultáneo valí y cadí, custodio del jardin de las flores del bien y del mal. Le han informado de los detalles más recientes de las acusaciones que está realizando desde el calabozo el antiguo Jefe de la Guardia de Palacio, Abd-el-Roldaní. La situación parece que se les está escapando de las manos, y ha aumentado de modo evidente la alteración de los cristianos. Por consiguiente, ha decidido hacer una visita a sus aliados Pujol II, conde de Barcelona y Arzallus "Testuz de buey", cabecilla de los montañeses vascones, a fin de robustecer los lazos que los atan al Califato.

El Califa redacta las órdenes que debe cumplir en su ausencia Narserra. Es imprescindible que frene en sus ímpetus a los Vera-beres, acabando con sus indiscriminadas incursiones en el terreno enemigo. En ellas muestran demasiados flancos desprotegidos, de modo que podrían ser capturados de la misma forma que ya lo ha sido uno de sus caudillos, Leafar el Vera-ber, que realizó una expedición a tierra cristiana completamente atontado como consecuencia de una pedrada que le había tirado el Imán Abderramán el Pedrojotí desde su minarete, en el momento de partir de Sevilla. Por consiguiente, es conveniente encaminar estas energías (las de los Vera-beres, no las de El Pedrojotí, ¡mal rayo le parta!), a partir de ahora y de un modo selectivo, al reforzamiento de las defensas de las fortalezas de la frontera.

Amonesta severamente a Narserra sobre los peligros del retorno del antiguo Gran Visir Al fonsur, que conserva más amigos dentro de los resortes de la Administración del Califato que los que serían soportables hasta para una persona sin malicia (circunstancia por fortuna muy escasa en su gobierno y menos en Narserra). Encarece finalmente a Narserra para que exija a sus espías de dentro y fuera del Califato un esfuerzo especial a fin de poder tener a su regreso del viaje una información exhaustiva de la situación del Califato y de los Reinos Cristianos. De este modo, podrá tomar una decisión sobre la oportunidad o no de adelantar la fecha de la campaña que quiere emprender contra los cristianos.

El Califa ha dispuesto que lo acompañe una pequeña escolta, a cuyo frente irá su Mayordomo personal Al-fared Rub al Cabí. Además, en un carromato especial, portarán el olivo enano que le envió el emperador de Cipango. Aunque en palacio hay buenos jardineros, no puede permitir que quede en otras manos que no sean las suyas. Tal es el aprecio que siente por el pequeño árbol.

Si bien los tiempos no son nada tranquilos, no teme ningún percance ni en Saracosta, capital de la Marca Superior ni en la Capital de la Marca Media, Toledo. Lo que no entiende bien, a pesar de que se lo ha explicado Narserra, es qué pinta al frente de la Marca Superior el físico Salomón ben Israel. Su última información de la misma era que el valiente Josemar el Pedrolí, en una arriesgada maniobra de flanco había derrotado completamente a las tropas cristianas, conquistando Saracosta. Ahora el valiente Pedrolí parece ser que ha tenido que dejar el gobierno de la Marca en manos de su lugarteniente Salomón. Narserra le ha dicho que El Pedrolí, acosado por los enrabietados cristianos, cayó desgraciadamente en una trampa puesta por él mismo y cuya existencia y ubicación tenía olvidadas. La lanzada que recibió fue tan profunda que hay muy escasas esperanzas de que se recupere.

Narserra le ha contado también la reyerta que se ha organizado entre todos los generales de la Marca por un complicado problema de espionaje. Al oir hablar de espias ha preguntado directamente a Narserra si no tendría él algo que ver, pero éste se lo ha negado tajantemente, diciendo que, aunque le pareciera mentira, el asunto se le había escapado.

La confusión que reina en la Marca Superior como consecuencia de la pelea entre los generales es enorme. Las alianzas de unos contra otros cambian de día en día y muchos de ellos buscan peligrosamente el auxilio de los cristianos. Narserra le ha asegurado que, con todo esto, puede ser inminente la caida de la Marca. Parece que el Condestable Aznar se está preparando un nuevo jubón de tafetán para festejar la victoria. Por consiguiente, el Califa estará poco tiempo en Saracosta, sólo el imprescindible para dar ánimos al general que esté al mando el día que llegue allí, sea el que sea. Definitivamente, no le gusta nada la tierra que vió nacer a Abd el Roldaní.

Más importante es la segunda parte de su viaje. Visitará a Pujol II en su palacio de Barcelona. Ha mandado un mensajero a Arzallus "Testuz de buey" invitándole a que asista a la reunión con el Conde Pujol II, para ultimar las negociaciones los tres juntos. Pretende firmar con ellos una prórroga del Pacto de no agresión que tienen suscrito, que le permita tener las manos libres frente al Condestable de Valladolid. De este modo, y a la vista de los informes de los espías de Narserra, podrá escoger la mejor fecha para emprender la campaña contra Aznar.

El Califa sonríe al pensar en los obsequios que va a entregar a ambos aliados. Al Conde Pujol le lleva un precioso cofre de caudales hecho de maderas preciosas taraceadas al estilo cordobés, con incrustaciones de esmeraldas. Está seguro de que el ahorrativo noble lo agradecerá, (a la vez que le despreciará íntimamente por el derroche). Había considerado la oportunidad de regalarle uno de los ejemplares de árboles diminutos que le envió como presente el emperador de Cipango, pero conociendo la susceptibilidad de Pujol, ha abandonado esta idea. A Arzallus "Testuz de buey" le lleva un hacha de piedra pulimentada, pues la última vez que se vieron apreció que el hacha que portaba en su morral de piel de conejo era de piedra tallada y, además, estaba bastante gastada. No está seguro de que le vaya a gustar este regalo, pues los montañeses vascones son bastante tradicionales y miran con cierto recelo las novedades. Sin embargo ha decidido arriesgarse, pues ello le permitirá tantear la lealtad de este aliado del que no se fía demasiado. Tampoco le preocupa en exceso su pérdida, pues las montañas están muy lejos de Al Andalus.

Más preocupación le producen las relaciones con el conde Pujol II, al que sí considera un enemigo potencial de cuidado. Sin embargo, la información que le ha proporcionado Narserra sobre ciertos devaneos de Pujol II y de su hijo, el futuro Pujol III, con una barragana de Barcelona conocida como "la Rosa" en los bajos fondos condales, será de una gran ayuda para los intereses del Califa. Éste sabe que Pujol II afirma que no ha habido nada, pero la simple sospecha sugerida en los oidos de la Condesa Marta puede provocarle un grave problema doméstico. Con ello jugará el Califa y está seguro de salir victorioso como siempre.

Ya de regreso a Al Andalus, entrará en la capital de la Marca Media, Toledo, para llamar al orden a Mehmet Beni Bono. Nunca le perdonará el gravísimo error que cometió en la anterior campaña contra los cristianos cuando le sugirió contratar a un famoso general extranjero del país de los francos llamado Baltasar, conocido entre sus hombres como el "garsón", palabra que al decir de sus consejeros significa "muchacho" en el idioma de los francos. ¡"muchacho" y bien pequeño demostró ser el "garsón" que, en los largos meses que estuvo en Sevilla, no logró aprender ni una sola palabra del idioma del Califato! ¡Cómo iba a poder mandar a los esforzados capitanes que colocó bajo su mando si éstos no entendían las órdenes que el "garsón" les daba! Por consiguiente, ha tomado la firme resolución de prohibir que se contraten extranjeros, en especial francos, para dirigir sus ejércitos. Son mejores los andalusíes o los cristianos renegados.

El Califa suspira profundamente. En sus manos un papel en el que está escrito un bello proverbio del emperador del lejano país de Cipango: "Existe una puerta por la que puede entrar la buena o mala suerte; pero sois vosotros quienes tenéis la llave".

domingo, 14 de marzo de 2010

Las meditaciones del Califa

El Califa andalusí Faisal ibn Gonzalí se encuentra en el Alcázar sevillano. Se siente agotado después de un largo día de trabajo en el que ha recibido en audiencia a varios de los nobles más principales de su corte (los señores de Sevilla, Abu Chavés; Toledo, Mehmet Beni Bono y Badajoz, Abd-el-i-Barra) y ha despachado durante largas horas con su gran Visir, el eunuco cristiano Narserra. Los problemas que le han planteado a lo largo de la jornada lo han abrumado. Por consiguiente, se ha entregado en cuerpo y alma a su pasión secreta: la jardinería.

Mientras arranca unas hierbas que han nacido al lado de los lirios, el Califa recuerda los tiempos ya pasados en que, con el apoyo de su antiguo Gran Visir Al fonsur, al que sus súbditos dieron el apodo de "El victorioso", barrió a todos sus enemigos cristianos. Rememora la campaña en la que ambos, al frente de un gran ejército, sitiaron a las tropas de Adolfo I, Duque de Ávila y Señor de Cebreros y ayudados, por consiguiente, por unos cuantos espías infiltrados en las filas del cristiano (dirigidos por Ordoño Fernández, lo recuerda bien) lograron desarmar a sus hombres y rendirlos sin apenas batalla. Rememora los festejos con que los recibieron de regreso a la corte y la algarabía del pueblo, que cubrió las calles de la capital de rojos capullos de rosa.

¡Buenos tiempos aquellos, ahora por desgracia lejanos! Revive el distanciamiento progresivo que lo separó de Al fonsur. El exceso de poder que éste había llegado a acaparar era una provocación para los demás señores principales de la corte e, incluso, un peligro para su propio reinado. Por consiguiente, se hizo preciso destituirlo. Al fonsur no lo aceptó de buen grado, ni tampoco alguno de sus más próximos colaboradores como el Señor de Badajoz, Abd-el-i-Barra. Pero no cabe duda de que la naturaleza humana es fácilmente adaptable a las nuevas circunstancias y, por consiguiente, la mayor parte de sus generales - en especial Beni Bono, Señor de Toledo - se habían olvidado rápidamente de él.

Aunque le han informado de que Al fonsur está de peregrinación en La Meca, el Califa tiene la certeza de que la larga mano de éste va a hacer que la agitación entre sus notables vuelva en cualquier momento y la sospecha de que alguno de los olvidadizos va a recuperar la memoria.

Algo en su interior no deja de decirle, de modo insistente, que se ha equivocado completamente al designar en el lugar de Al fonsur al renegado Narserra. Los generales no parecen aceptar bien que los mande un eunuco cristiano, y éste además parece que se ha volcado de una manera tan absorbente en la tarea de organizar un sistema de espías para obtener información tanto de enemigos como de amigos, que se ha olvidado de dirigir la organización administrativa del Califato, que languidece bajo su feble pulso.

Le parecen muy lejanos los tiempos en los que bebían en su mano los más importantes señores y nobles cristianos, que imploraban su bendición con el único objeto de obtener para sí la consideración de "segundo hombre más poderoso de la península, después del Califa". Aquí había viajado buscando su respaldo Don Manuel, Arzobispo de Santiago de Compostela y señor de Perbes y Villalba; el conde Pujol II de Barcelona le pagaba cada año el diezmo de sus rentas; Arzallus "Testuz de buey", cabecilla de los montañeses vascones, le había ofrecido su hacha de piedra, en señal de amistad; los banqueros judíos le facilitaban préstamos y a veces se olvidaban de reclamar los intereses...

No alcanza a comprender cómo ha podido cambiar tanto la situación. Don Manuel ha sido desplazado de la escena política cristiana por el insolente Don Aznar, condestable de Valladolid....

Faisal interrumpe sus meditaciones. Sólo con pensar en Aznar ha sentido un profundo desasosiego que le ha conturbado profundamente. No sabe lo que puede ser, pero es evidente que algo de la personalidad del Condestable le produce una fuerte crispación. Quizás sea el labio superior... Los ojos de Faisal reparan en un delicado capullo de lirio que está a punto de abrirse. El goce que le produce su contemplación le hace recuperar la sensación de serenidad. Continúa con su tarea de arrancar malas hierbas (trabajo que le agrada mucho, si bien sólo cuando se trata de jardines).

Los informes que le acaba de entregar Narserra son preocupantes: el antiguo jefe de la guardia de palacio que huyó de Sevilla, Abd-el-Roldaní, no deja de hablar desde la cárcel y la agitación del pueblo provocada por la algarabía incontrolable de los imanes y otros santones del califato, encabezados por Abderramán el Pedrojotí, se está haciendo cada vez más peligrosa. Narserra le ha contado que El Pedrojotí se dirige todos los días al pueblo de Sevilla desde el minarete de la mezquita, acusando al Califa de impío por no respetar los preceptos del Libro Sagrado, advirtiendo a todos la inminencia del castigo divino para el indigno Califa que se ha llegado a jactar en privado de comer carne de cerdo, beber vino y no cumplir el ayuno y que ha tenido la impiedad de usar métodos sacrílegos para acabar con una plaga de ratas infectas que asolaban el califato. ¡Estos santones parecen ignorar que lo importante es conseguir el bienestar para el pueblo y que no siempre se puede lograr éste siguiendo las indicaciones del Libro! Los espías de Narserra le han hecho llegar la favorable acogida que tienen las prédicas del Imán entre la plebe y el temor, cada vez más fundado, de que se produzca una algarada en la capital. También le han informado de que el mensaje de El Pedrojotí está siendo reproducido por muchos otros imanes por todo Al Andalus. Le han facilitado, en concreto, algunos otros nombres de imanes notables, como los dos Herreríes, que propagan el mensaje de condenación para el Califa.

Faisal termina de arrancar las malas hierbas y concentra su atención en un olivo diminuto que acaba de recibir como obsequio del lejano emperador de Cipango, que conocedor de su afición por la jardinería, le ha enviado algunos extrañísimos árboles enanos. Tras la sorpresa inicial que le ha producido su contemplación, ha comenzado a admirar su delicada belleza y en estos momentos se siente absolutamente entusiasmado. Por consiguiente, ha decidido pedir al emperador de Cipango que le mande otros ejemplares.

Cada vez le pesa más el tributo que tiene que pagar al Conde Pujol II de Barcelona. El descaro con que éste le impone nuevas exigencias, le exaspera profundamente. Arzallus "Testuz de buey", cabecilla de los montañeses vascones, está cada vez más incómodo y Faisal teme que, en cualquier momento, le exija la devolución de su hacha de piedra. Faisal es conocedor de las maniobras que el Condestable de Valladolid está intentando para conseguir volver a ambos señores a su bando...

Faisal desiste de continuar trabajando en el jardín. Los pensamientos que le asaltan son cada vez más oscuros y no le proporcionan la serenidad suficiente para tratar como se merece al olivo enano del lejano Cipango. Ya está anocheciendo y pronto tendrá que prepararse para recibir en el Salón de las Aspas a una representación de los jueces de la Corte, que le han solicitado una audiencia urgente. ¡Definitivamente, no parece que sea éste un buen día!