lunes, 8 de agosto de 2022

Romance del joven cartujo


Érase de un joven monje

que decidió profesar

en una antigua Cartuja,

no muy lejos de su hogar.


Las normas de ese convento

no permitían hablar,

tan sólo el Prior podía

algún salmo recitar.


Al resto, la estricta Regla

les imponía callar,

Cartuja del Gran Silencio”

era el nombre del lugar.


Hete aquí que el joven monje

al Prior fue a preguntar

por las reglas de conducta

que debía respetar.


Contestó el Prior muy serio:

Es sencillo de explicar,

en invierno y en verano

en silencio habrás de estar.


Al llegar la primavera,

todo el tiempo has de callar

y por supuesto en otoño

ni una voz se ha de escuchar.


Desde el alba hasta el ocaso

tendrás prohibido charlar,

no ha de oirse ni un murmullo,

ni siquiera un susurrar.


Mas el mandato no es duro

pues tiene excepción cabal:

Una vez cada tres años

tendrás venia para hablar.

Podrás decir dos palabras,

ni una menos, ni una más”


El joven monje aceptó

y a una celda fue a habitar.


Sucedió que en la Cartuja

quien debía cocinar

era el monje fray Servando,

que no sabía guisar.


Su comida era un engrudo

imposible de tragar

y nuestro joven cartujo

que era un orondo zagal

se consumía en silencio

sin pitanza que zampar.


Pasaron al fin tres años

y el Prior mandó llamar

de su celda al buen cartujo

instando al muchacho a hablar.


¡Dí si quieres dos palabras,

ni una menos, ni una más!”


Nuestro monje, concentrado,

tras de un largo cavilar,

afirmó: “¡Comida mala!”

y después tornó a callar.


La celda del monasterio

do moraba el buen zagal

presentaba un gran defecto

y es que el catre estaba mal.


Digo mal y no exagero,

cada tabla era un puñal

que se clavaba en su espalda

hecha un puro cardenal.


Otros tres años pasaron

y el Prior tornó a invitar

a nuestro joven cartujo

por si de algo ansiaba hablar.


¡Dime presto dos palabras,

ni una menos, ni una más!”


Llevaba el monje pensado

lo que iba a contestar.

Dijo firme: “¡Cama dura!”

y después tornó a callar.


Afectaba al buen cartujo

otro profundo pesar

y es que en esa celda hacía

siempre un frío de pelar.


Ante el Prior, tras tres años,

acudió el cartujo a hablar,

como ordenaba la Regla

que prometió respetar.


¡Expónme tus dos palabras,

ni una menos, ni una más!”


Alzó el joven la mirada

y se atrevió a declarar

entre dientes: “¡Celda fría!”

y después tornó a callar.


Otros tres años pasaron,

-sumando doce en total-,

y el Prior instó al cartujo

al “rito” de “platicar”:


¡Suelta ya tus dos palabras,

ni una menos, ni una más!”

 

El cartujo, ya algo viejo,

miró al Prior sin dudar

y dijo triste: “¡Me largo!”

...y se marchó del lugar.


Al pirarse del convento

oyó al Prior exclamar:

¡No me extraña que te vayas,

me alegra verte marchar,

desde que estás con nosotros

no te paras de quejar!”

*

(Dedicado a mi nieta Mar)