El Califa andalusí Faisal ibn Gonzalí se encuentra en el Alcázar sevillano. Se siente agotado después de un largo día de trabajo en el que ha recibido en audiencia a varios de los nobles más principales de su corte (los señores de Sevilla, Abu Chavés; Toledo, Mehmet Beni Bono y Badajoz, Abd-el-i-Barra) y ha despachado durante largas horas con su gran Visir, el eunuco cristiano Narserra. Los problemas que le han planteado a lo largo de la jornada lo han abrumado. Por consiguiente, se ha entregado en cuerpo y alma a su pasión secreta: la jardinería.
Mientras arranca unas hierbas que han nacido al lado de los lirios, el Califa recuerda los tiempos ya pasados en que, con el apoyo de su antiguo Gran Visir Al fonsur, al que sus súbditos dieron el apodo de "El victorioso", barrió a todos sus enemigos cristianos. Rememora la campaña en la que ambos, al frente de un gran ejército, sitiaron a las tropas de Adolfo I, Duque de Ávila y Señor de Cebreros y ayudados, por consiguiente, por unos cuantos espías infiltrados en las filas del cristiano (dirigidos por Ordoño Fernández, lo recuerda bien) lograron desarmar a sus hombres y rendirlos sin apenas batalla. Rememora los festejos con que los recibieron de regreso a la corte y la algarabía del pueblo, que cubrió las calles de la capital de rojos capullos de rosa.
¡Buenos tiempos aquellos, ahora por desgracia lejanos! Revive el distanciamiento progresivo que lo separó de Al fonsur. El exceso de poder que éste había llegado a acaparar era una provocación para los demás señores principales de la corte e, incluso, un peligro para su propio reinado. Por consiguiente, se hizo preciso destituirlo. Al fonsur no lo aceptó de buen grado, ni tampoco alguno de sus más próximos colaboradores como el Señor de Badajoz, Abd-el-i-Barra. Pero no cabe duda de que la naturaleza humana es fácilmente adaptable a las nuevas circunstancias y, por consiguiente, la mayor parte de sus generales - en especial Beni Bono, Señor de Toledo - se habían olvidado rápidamente de él.
Aunque le han informado de que Al fonsur está de peregrinación en La Meca, el Califa tiene la certeza de que la larga mano de éste va a hacer que la agitación entre sus notables vuelva en cualquier momento y la sospecha de que alguno de los olvidadizos va a recuperar la memoria.
Algo en su interior no deja de decirle, de modo insistente, que se ha equivocado completamente al designar en el lugar de Al fonsur al renegado Narserra. Los generales no parecen aceptar bien que los mande un eunuco cristiano, y éste además parece que se ha volcado de una manera tan absorbente en la tarea de organizar un sistema de espías para obtener información tanto de enemigos como de amigos, que se ha olvidado de dirigir la organización administrativa del Califato, que languidece bajo su feble pulso.
Le parecen muy lejanos los tiempos en los que bebían en su mano los más importantes señores y nobles cristianos, que imploraban su bendición con el único objeto de obtener para sí la consideración de "segundo hombre más poderoso de la península, después del Califa". Aquí había viajado buscando su respaldo Don Manuel, Arzobispo de Santiago de Compostela y señor de Perbes y Villalba; el conde Pujol II de Barcelona le pagaba cada año el diezmo de sus rentas; Arzallus "Testuz de buey", cabecilla de los montañeses vascones, le había ofrecido su hacha de piedra, en señal de amistad; los banqueros judíos le facilitaban préstamos y a veces se olvidaban de reclamar los intereses...
No alcanza a comprender cómo ha podido cambiar tanto la situación. Don Manuel ha sido desplazado de la escena política cristiana por el insolente Don Aznar, condestable de Valladolid....
Faisal interrumpe sus meditaciones. Sólo con pensar en Aznar ha sentido un profundo desasosiego que le ha conturbado profundamente. No sabe lo que puede ser, pero es evidente que algo de la personalidad del Condestable le produce una fuerte crispación. Quizás sea el labio superior... Los ojos de Faisal reparan en un delicado capullo de lirio que está a punto de abrirse. El goce que le produce su contemplación le hace recuperar la sensación de serenidad. Continúa con su tarea de arrancar malas hierbas (trabajo que le agrada mucho, si bien sólo cuando se trata de jardines).
Los informes que le acaba de entregar Narserra son preocupantes: el antiguo jefe de la guardia de palacio que huyó de Sevilla, Abd-el-Roldaní, no deja de hablar desde la cárcel y la agitación del pueblo provocada por la algarabía incontrolable de los imanes y otros santones del califato, encabezados por Abderramán el Pedrojotí, se está haciendo cada vez más peligrosa. Narserra le ha contado que El Pedrojotí se dirige todos los días al pueblo de Sevilla desde el minarete de la mezquita, acusando al Califa de impío por no respetar los preceptos del Libro Sagrado, advirtiendo a todos la inminencia del castigo divino para el indigno Califa que se ha llegado a jactar en privado de comer carne de cerdo, beber vino y no cumplir el ayuno y que ha tenido la impiedad de usar métodos sacrílegos para acabar con una plaga de ratas infectas que asolaban el califato. ¡Estos santones parecen ignorar que lo importante es conseguir el bienestar para el pueblo y que no siempre se puede lograr éste siguiendo las indicaciones del Libro! Los espías de Narserra le han hecho llegar la favorable acogida que tienen las prédicas del Imán entre la plebe y el temor, cada vez más fundado, de que se produzca una algarada en la capital. También le han informado de que el mensaje de El Pedrojotí está siendo reproducido por muchos otros imanes por todo Al Andalus. Le han facilitado, en concreto, algunos otros nombres de imanes notables, como los dos Herreríes, que propagan el mensaje de condenación para el Califa.
Faisal termina de arrancar las malas hierbas y concentra su atención en un olivo diminuto que acaba de recibir como obsequio del lejano emperador de Cipango, que conocedor de su afición por la jardinería, le ha enviado algunos extrañísimos árboles enanos. Tras la sorpresa inicial que le ha producido su contemplación, ha comenzado a admirar su delicada belleza y en estos momentos se siente absolutamente entusiasmado. Por consiguiente, ha decidido pedir al emperador de Cipango que le mande otros ejemplares.
Cada vez le pesa más el tributo que tiene que pagar al Conde Pujol II de Barcelona. El descaro con que éste le impone nuevas exigencias, le exaspera profundamente. Arzallus "Testuz de buey", cabecilla de los montañeses vascones, está cada vez más incómodo y Faisal teme que, en cualquier momento, le exija la devolución de su hacha de piedra. Faisal es conocedor de las maniobras que el Condestable de Valladolid está intentando para conseguir volver a ambos señores a su bando...
Faisal desiste de continuar trabajando en el jardín. Los pensamientos que le asaltan son cada vez más oscuros y no le proporcionan la serenidad suficiente para tratar como se merece al olivo enano del lejano Cipango. Ya está anocheciendo y pronto tendrá que prepararse para recibir en el Salón de las Aspas a una representación de los jueces de la Corte, que le han solicitado una audiencia urgente. ¡Definitivamente, no parece que sea éste un buen día!
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