jueves, 15 de abril de 2010

Las desgracias del Califa


El Califa andalusí Faisal ibn Gonzalí se siente muy irritado. Por si fueran pocos sus problemas con las acusaciones de Abd-el-Roldaní y los ataques continuos de Abderramán el Pedrojotí y otros Imanes principales que lo acusan de impío, acaba de llegar al Alcázar de Sevilla una paloma mensajera procedente de Bagdad, sede principal de la Unión de Califatos (llamada antes Comunidad Mediterránea de Mercaderes - C.M.M. -) y la misiva que portaba en su pata izquierda le ha causado una enorme contrariedad. En ella (en la misiva, no en la pata), el Vicevisir de Asuntos relacionados con los Califatos del Suroeste le ha informado de que, por razón de las complejas normas vigentes desde que se aprobó el Tratado de la Unión, el Parlamento Califal (órgano de la Unión formado por 500 miembros, asistidos de 5500 servidores y cuyas funciones están todavía en proceso de definición) va a ser trasladado en camellos desde Bagdad a Damasco, al objeto de celebrar sus sesiones ordinarias justo la semana que viene. La consecuencia es que los parlamentarios no van a estar en Bagdad en esas fechas, ni tampoco los Califas de Bagdad, Omar El Mutcol y de La Meca, El Ward Bal Adir, que tenían previsto participar en sus sesiones y que, por consiguiente, se encontrarán en Damasco.

La coincidencia del traslado del Parlamento Califal a Damasco ha exasperado al Califa ibn Gonzalí pues, precisamente esos días, iba a acudir a Bagdad con la finalidad de participar, por consiguiente, en un ciclo de conferencias organizado por el "Club Siglo XI", a impartir en la sede del Consejo de Esclavos y Mercaderes (C.E.M.), órgano asesor de la Unión en temas económicos y sociales, con el tema "El Gobierno de un Califato moderno: estrategias de selección de validos y ministros". La ponencia que le corresponde exponer es "Visires y Gobernadores en el Califato Andalusí, una experiencia ejemplar", y la ha estado preparando, por consiguiente, con gran interés, con la ayuda de su Gran Visir, el cristiano renegado Narserra, que le ha ofrecido su visión personal sobre uno de los capítulos más importantes de la charla "El Visir moderno y la gestión de los procesos de información. La experiencia andalusí: el S.E.S.I.D. (Servicio Especial de Sistemas de Información Delicados)".

La conferencia tenía importancia para Faisal ibn Gonzalí más que por el tema en sí (a pesar de que estaba convencido de sus profundos conocimientos en él), por el hecho de que, al coincidir con las fechas en que se celebraban las sesiones del Parlamento Califal, era muy probable que pudiera haber conseguido, por consiguiente, que asistieran a ella algún Califa o Emir, varios Vicevisires e incluso, con un poco de suerte uno de los Visires de la Unión. Tenía, por otra parte, apalabrada una audiencia con los Califas de Bagdad, Omar El Mutcol y de La Meca, El Ward Bal Adir, aprovechando la recepción general que iba a ofrecer a los asistentes a la sesión inaugural del Parlamento el Alto Visir de la Comisión de la Unión.

De la audiencia, que forzosamente iba a ser corta, no esperaba gran cosa, pues Ward Bal Adir no congeniaba con él y se lo demostraba sin cesar (era muy franco) y El Mutcol, que había sido su amigo durante muchos años, últimamente parecía que le estaba volviendo la espalda (hecho significativo teniendo en cuenta las dificultades de movimiento de El Mutcol, debido a su inmensa gordura). Sin embargo, el Califa Ibn Gonzalí confiaba en obtener provecho a su regreso a Al Andalus transmitiendo al pueblo de Sevilla que los Califas de la Unión estaban con él. Si bien sabía que Abderramán el Pedrojotí, los Herreríes y otros Imanes principales iban a acusarlo desde sus Minaretes de mentiroso e impío por el engaño, no tenía la menor duda de que sus fieles obtendrían con ello más fortaleza de cara a las duras jornadas que les esperaban a todos ante el inminente ataque del maldito Condestable de Valladolid, el odioso Aznar.

En realidad no entendía bien por qué se enfadaban tanto El Pedrojotí y los otros, si, en definitiva, no era más que una mera cuestión de interpretación de los gestos y palabras de El Mutcol y El Ward Bal Adir, y un poco de imaginación añadida. Y además, como dice ese viejo proverbio: "el hombre sólo recurre a la verdad cuando anda corto de mentiras"

Todo el proyecto ha caido desmoronado como un castillo de naipes tras la noticia que ha traido la paloma mensajera en su pata izquierda. La conferencia va a quedar muy mermada, siendo previsible que acudan a ella sólo algunos de los representantes permanentes en Bagdad de los mercaderes y esclavos de la C.E.M. y el personal de la Embajada del Califato andalusí.

El Califa ibn Gonzalí ha visto además con ira cómo el Vicevisir de asuntos relacionados con los Califatos del Suroeste ha aprovechado la otra pata (la derecha) de la paloma mensajera para recordarle, eso sí, muy cortesmente, que aún no habían recibido la aportación económica andalusí correspondiente al año anterior y ha concluido su escrito advirtiendo que los gastos de la Unión aumentarán previsiblemente este año porque los traslados del mobiliario, enseres y funcionarios en camello entre Bagdad y Damasco se van a producir cada quince días, y los camellos consumen abundante forraje (sin contar con que, además, los camelleros también cuestan algún dinar).

¡Con lo mal que están las arcas del Califato en los últimos años! Entre los pagos de rigor, los derroches del Harén y los tributos que exigen todos los meses los aliados del Califa, Pujol II, conde de Barcelona y Arzallus "Testuz de buey", cabecilla de los montañeses vascones, el Tesoro está en las últimas.

El Califa ibn Gonzalí, todavía con las misivas de la Unión Califal en las manos y rojo de indignación (aunque no de vestido, que como siempre tiene tonos celestes) recibe a su Gran Visir, el eunuco cristiano Narserra y al dos veces visir, Abu Ben Lloqui, que comparecen ante él con el objeto de ponerle al corriente de las últimas novedades del caso "Abd-el Roldaní".

(Para los que no hayan leido los anteriores relatos sobre la vida del Califa, el cronista que esto les escribe se siente obligado a darles cuenta de quién es Abd-el-Roldaní y cuáles son los motivos por los que ibn Gonzalí, Narserra y Ben Lloqui han de dedicar algo de su precioso tiempo a este personaje.

Abd-el-Roldaní había sido Jefe de la Guardia de Palacio del Alcázar de Sevilla bajo las órdenes de Leafar el Vera-Ber, responsable de las guardias de todos los palacios de Al Andalus y lugarteniente, a su vez, de Yusuf Alí el Corcurí, Gobernador General del Califato. Por diversas circunstancias que vienen al caso (el Imán Jusuf Alí el Gutí al pasar junto al palacio de El Roldaní observó que sus ventanas mostraban un extraño brillo dorado. Al asomarse, comprobó asombrado que estaba lleno de monedas de oro que tenían la efigie del Califa ibn Gonzalí. Escandalizado se subió al minarete y empezó a clamar contra el pecado cometido con voz de trueno, mesándose las barbas), El Roldaní tuvo que huir precipitadamente de la Corte. Desde el exilio mandó varias cartas a los Imanes explicando que su fortuna le había sido regalada por sus jefes Leafar el Vera-Ber y Yusuf Alí el Corcurí y que el Califa, según éstos le decían, lo sabía. El Pedrojotí montó en cólera contra ibn Gonzalí, por impío, pero Leafar y El Corcurí negaron las acusaciones de el-Roldaní. Tras diez meses, éste ha vuelto a Sevilla en extrañas circunstancias, pues no se sabe a ciencia cierta si fue capturado o se entregó, y ni siquiera se han puesto de acuerdo en qué lugar ocurrió: unos dicen que fue en el puerto de Alejandría, al desembarcar de un buque fenicio procedente de Tiro; otros dicen que fue en alta mar, en un barco pirata, a la altura del Cabo Matacán; hay incluso quien dice que el Roldaní no salió nunca de Sevilla y que estuvo escondido todo el tiempo en casa de un mercader de vinagres. También hay división de opiniones sobre las personas que iban con él: se sabe que estaba el Capitán Yaseacér Khan, pero sigue sin saberse en nombre de quién; y, por otra parte, estaban los policías que mandó Abu Ben Lloqui, Mahmet y Mehmet, acompañados de Mohmet, experto en artes marciales y en el manejo de la cimitarra - por cierto que Mohmet no tuvo que manejar la cimitarra, pero llegó a Sevilla con los hombros destrozados por el peso del cofre que traía el Roldaní.)

El Califa escucha las explicaciones de uno y otro, exasperado porque todo ha salido mal en este asunto. Narserra y Ben Lloqui se acusan recíprocamente de haberse obstaculizado en las gestiones realizadas. Con relación a la entrega, la discusión se centra en el papel jugado por el Capitán Yaseacér Khan. Ben Lloqui exclama indignado que es un agente del S.E.S.I.D., a sueldo de Narserra.

Faisal contempla cómo ambos continúan a gritos y la irritación de éstos le devuelve, como un extraño efecto balsámico, la serenidad. Comprende que la crisis es muy grave, ya no para sus colaboradores sino para él mismo, que puede perder el Califato y marchar al destierro al Norte de África, o incluso ser encarcelado por el Condestable de Valladolid que, aprovechando la debilidad del Califa, puede en cualquier momento tomar Sevilla.

En ese momento, viene a sus pensamientos una pequeña fábula que le contaron un día ya muy lejano:

Un sabio oriental se pasea con su discípulo. Atraviesan un puente. ¿cuál es el ser del puente?, pregunta el aprendiz de filósofo. Su maestro lo mira y de un empujón lo precipita en el río.

Faisal ibn Gonzalí piensa en el relato y, casi sin querer, lo pone en relación con sus problemas. Su mirada repara sucesivamente en Abu Ben Lloqui y Narserra, que siguen discutiendo acaloradamente, y de repente, Faisal sonríe.

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