domingo, 19 de octubre de 2014

De los perros y sus nombres

La resonancia en los medios de comunicación adquirida por el perro "Excalibur" y el comentario leído hace unos días en un blog acerca de los inconvenientes que pueden presentarse cuando los dueños dan a sus perros nombres de tres o cuatro sílabas, dejando de lado la sensata tradición de llamarlos con monosílabos (Zas, Tom, Zar) o, todo lo más con bisílabos  (Otto, Archie, Buster, Cleto...), me llevaron a recordar una anécdota que escuché de boca de mi abuelo, avezado cazador que tenía una preciosa perra pointer que se llamaba “La” – y a la que todos llamábamos “la La”-.
Decía el viejo cazador, con clara intención didáctica, que él había conocido en sus tiempos mozos -allá por los años de la Restauración- a un acérrimo partidario del partido conservador de D.Antonio Cánovas del Castillo, y a la vez aficionado a la caza menor que, por inquina al partido rival, había bautizado a su perro de caza con el bonito nombre de “Sagasta”.
Sostenía mi abuelo que la caza menor requiere de una intensa relación entre perro y cazador que, dadas las naturales limitaciones intelectuales de las nobles bestias (los perros), hace muy aconsejable el uso de monosílabos o bisílabos en las interacciones que se suelen dar entre los diversos semovientes que participan en el proceso.
Concluía mi abuelo que el esforzado cazador dueño del perro “Sagasta” tendría un serio problema si el perro, por la emoción de un lance cinegético, procedía a alejarse de él y su legítimo amo y señor pretendiera recobrar el control sobre las emociones del can encelado tras del rastro de un conejo al grito de ¡¡¡Saaaa-gaaaaassss-taaaaaa!!!

La lección se me quedó grabada a fuego.

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