La resonancia en los
medios de comunicación adquirida por el perro "Excalibur"
y el comentario leído hace unos días en un blog acerca de los
inconvenientes que pueden presentarse cuando los dueños dan a sus
perros nombres de tres o cuatro sílabas, dejando de lado la sensata
tradición de llamarlos con monosílabos (Zas, Tom, Zar) o, todo lo
más con bisílabos (Otto, Archie, Buster, Cleto...), me
llevaron a recordar una anécdota que escuché de boca de mi abuelo,
avezado cazador que tenía una preciosa perra pointer que se llamaba
“La” – y a la que todos llamábamos “la La”-.
Decía el viejo
cazador, con clara intención didáctica, que él había conocido en
sus tiempos mozos -allá por los años de la Restauración- a un
acérrimo partidario del partido conservador de D.Antonio Cánovas
del Castillo, y a la vez aficionado a la caza menor que, por inquina
al partido rival, había bautizado a su perro de caza con el bonito
nombre de “Sagasta”.
Sostenía mi abuelo que la caza menor requiere de una intensa relación entre perro y cazador que, dadas las naturales limitaciones intelectuales de las nobles bestias (los perros), hace muy aconsejable el uso de monosílabos o bisílabos en las interacciones que se suelen dar entre los diversos semovientes que participan en el proceso.
Sostenía mi abuelo que la caza menor requiere de una intensa relación entre perro y cazador que, dadas las naturales limitaciones intelectuales de las nobles bestias (los perros), hace muy aconsejable el uso de monosílabos o bisílabos en las interacciones que se suelen dar entre los diversos semovientes que participan en el proceso.
Concluía
mi abuelo que el esforzado cazador dueño del perro “Sagasta”
tendría un serio problema si el perro, por la emoción de un lance
cinegético, procedía a alejarse de él y su legítimo amo y señor
pretendiera recobrar el control sobre las emociones del can encelado
tras del rastro de un conejo al grito de
¡¡¡Saaaa-gaaaaassss-taaaaaa!!!
La
lección se me quedó grabada a fuego.
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