Nunca segundas partes fueron buenas,
salvo la de El Quijote, … ¿gracias a Avellaneda?
Mi abuelo Manuel fue un enamorado del
Quijote de Cervantes, del cual poseía varios ejemplares. Uno de
ellos, viejo y gastado, presidía su mesilla de noche y aliviaba su
dormir.
Yo contemplaba la pasión de mi abuelo
con un cierto escepticismo. No podía ser que ese Quijote del que
hablaba con fervor y cuyas sentencias y dichos repetía sin cesar,
fuera una obra tan excepcional. ¿No era acaso el mismo tipo que yo
había leído en el colegio en una de esas ediciones escolares que
entregaron capado el Ingenioso Hidalgo a varias generaciones de niños
españoles?
Llamaba de modo especial mi atención
que, en su pasión quijotil, no se conformaba con ponderar las dos
partes del Quijote (de su boca aprendí el dicho “nunca segundas
partes fueron buenas, … salvo la de El Quijote”), sino que, a
veces mencionaba otro Quijote, que llamaba “de Avellaneda”, y en
el que encontraba gran solaz.
Alguna vez tuve en mis manos su,
también gastado, ejemplar del “Quijote de Avellaneda” del que
sólo acertaba a comprender que había sido escrito por un tal
Licenciado Avellaneda, apropiándose del personaje de Cervantes.
Afortunadamente, el tiempo ha logrado
curar algunos de mis vicios de juventud y hace ya unos cuantos
-muchos- años que comprendí por fin la pasión de mi abuelo.
La lectura de la primera parte me llevó
a la segunda y, en ella, mi desconcierto fue enorme al comprobar que,
desde el mismo prólogo, Cervantes hablaba de la existencia y pública
circulación de una segunda parte del Quijote que no procedía de su
mano sino de la de un tal “Alonso Fernandez de Avellaneda natural
de la villa de Tordesillas”, cuyo nombre y origen eran, para el
autor del Quijote, falsos. “Si, por ventura, llegas a conocerle,
dile de mi parte que no me tengo por agraviado: que bien sé lo que
son tentaciones del demonio, y que una de las mayores es ponerle a un
hombre en el entendimiento que puede componer e imprimir un libro,
con que gane tanta fama como dineros, y tantos dinero cuanta fama”
(II, prólogo, 325)”
Recordé entonces ese Quijote de
Avellaneda del que hablaba mi abuelo Manuel y seguí con mucha
atención las referencias que Cervantes hacía de él en su obra (así
por ejemplo, el Quijote de Cervantes, presencia la corrección de
pruebas del Quijote de Avellaneda en una imprenta…)
Todo ello despertó mi interés. Con
alguna dificultad localicé en una librería de viejo un ejemplar del
Quijote denostado por Cervantes.
Su lectura me conmocionó. No tanto por
la calidad literaria, sin duda inferior a la obra de D. Miguel,
aunque muy apreciable y divertida, dentro de su trazo grueso. El
impacto vino dado porque en Avellaneda están las claves de la
segunda parte de Cervantes: El de Avellaneda llega a Zaragoza a
participar en las justas de San Jorge, en el Coso zaragozano. El de
Cervantes no entra en Zaragoza porque el de Avellaneda ha estado allí
y se va a Barcelona. El de Cervantes va a casa de los Duques como
trasunto de la estancia del Quijote apócrifo en la corte de Madrid.
El quijote cervantino visita a Dulcinea nada más salir de su casa
para distanciarse del avellanesco que ha repudiado a Dulcinea (El
Caballero Desamorado). Don Quijote se encuentra con una compañía de
comediantes que acaba de representar un Auto sacramental de Lope de
Vega, del mismo modo que el caballero de Avellaneda se había
encontrado con una compañía de comediantes que representaban El
testimonio vengado del mismo Lope. Don Álvaro Tarfe, que aparece en
el capítulo 72 de Cervantes, es personaje principal del Quijote de
Avellaneda….
Resulta por ello, en mi opinión,
recomendable para todo lector cervantino que desee captar en plenitud
la esencia de la segunda parte de Cervantes, la lectura previa del
Quijote de Avellaneda.
Les aseguro que no les defraudará
Unas notas para terminar. ¿Quién era
en realidad “Alonso Fernandez de Avellaneda, natural de la villa de
Tordesillas”?
Con toda seguridad sabemos que ni se
llamaba así, ni era natural de la villa de Tordesillas.
Sí sabemos que Cervantes lo conocía y
que pretendió dar, en el propio Quijote, claves suficientes para
identificarlo, claves que, sin embargo, han generado mucha confusión
de modo que se han sugerido muy diversas autorías: Pedro Liñán de
Riaza, Baltasar Elisio de Medinilla, Lope de Vega, Bartolomé y
Lupercio Leonardo de Argensola, Jerónimo de Pasamonte, Cristóbal
Suárez de Figueroa….
De entre todas ellas, y sobre todo a
partir de los estudios de Martín de Riquer, ha cobrado fuerza la
tesis de la atribución de la autoría al soldado y escritor aragonés
Jerónimo de Pasamonte, cuya figura se identifica con la de Ginés o
Ginesillo de Pasomonte, galeote en la primera parte y Maese Pedro en
la segunda del Quijote cervantino.
Esta polémica tiene su reflejo en el
mundo de la ficción en una hermosa novela escrita hace unos cuantos
años por Alfonso Mateo-Sagasta, “Ladrones de tinta”, cuya
lectura también les recomiendo.
Ladrones de tinta
El estudioso Joaquín
Melendo Pomareta ha aportado algunas curiosas claves sobre la posible
autoría de Jerónimo de Pasamonte
Unos datos de interés:
Pasamonte nació en Ibdes (Zaragoza), pueblo de la Comunidad de
Calatayud, el 8 de abril del 1553. Participó, como Cervantes, en la
batalla de Lepanto (1571), y fue capturado por los turcos en 1574,
permaneciendo cautivo 18 años. Su liberación se produjo en 1592.
Escribió unas memorias, Vida y trabajos de Jerónimo de
Pasamonte.
El Quijote de
Avellaneda, en su camino a las justas de San Jorge de Zaragoza,
penetra en Aragón por la Comunidad de Calatayud y el relato de sus
aventuras incluye descripciones muy fidedignas de algunos lugares que
Avellaneda debía conocer muy bien, ya que se trata de la Iglesia de
San Miguel Arcángel de Ibdes, su localidad de nacimiento.
Así, Melendo
Pomareta cita un pasaje del Quijote de Avellaneda
“Llegaron en esto al lugarcillo... y llegados a su mesón, se
apearon en el todos por mandato de Don Quijote, el cual se quedó en
la puerta hablando con la gente que se había juntado a ver su
figura. Entre los que allí a esto habían acudido, no habían sido
de los postreros los dos alcaldes del lugar; el uno de los cuales,
que parecía más despierto, con la autoridad que la vara y el
concepto que él de sí tenía le daban, le preguntó, mirándole:
-Díganos vuesa merced, señor armado, para dónde es su camino y
cómo va por éste con ese sayo de hierro y adarga tan grande; que le
juro en mi conciencia que ha años que no he visto a otro hombre con
tal librea cual la que vuesa merced trae. Sólo en el retablo del
Rosario hay un tablón de la Resurrección, donde hay unos judiazos
despavoridos y enjaezados al talle de vuesa merced; si bien no están
pintados con esas ruedas de cuero que vuesa merced trae, ni con tan
largas lanzas” (Avellaneda, capítulo XXIII).
Sarga
de la Resurrección (4,50x2,70 ms.)
Iglesia
de San Miguel Arcángel de Ibdes.
Otra curiosa descrición recogida por
Melendo Pomareta: Sancho se refiere también al altar de la Virgen
del Rosario:
“En
mi
lugar
tenemos
también
una
iglesia
que,
aunque
es
chica,
tiene
muy
lindo
altar
mayor
y
otro
de
Nuestra
Señora
del
Rosario
con
una
Madre
de
Dios
que
tiene
dos
varas
en
alto,
con
un
gran
rosario
alrededor,
con
los
padres
nuestros
de
oro,
tan
gordos
como
este
puño”
(Avellaneda,
capítulo
VIII).
Virgen
del Rosario (s. XVI)
Iglesia de San Miguel Arcángel de Ibdes.
¿Sorprendente, verdad?
Les
ofrezco algunas referencias bibliográficas de interés: