Reina el Monje en Aragón
y los nobles más ariscos
se le encaran levantiscos
reclamando más jamón.
Temiendo una rebelión,
al Abad de un Monasterio
Ramiro pide criterio
y le nombra su perito
pues el monje es erudito
y tiene gran magisterio
Envía como cartero
a un doncel, muy fiel vasallo,
que a lomos de su caballo
de Huesca parte ligero.
Al cabo el doncel viajero
culmina su cabalgada
y la misiva sellada
con porte noble y gallardo
deposita ante Frotardo
que ara el huerto con azada.
'Os saludo, abad
Frotardo,
y hago entrega de un papiro
de mi señor Don
Ramiro,
respuesta vuestra yo
aguardo'.
Del cinto de su tabardo
saca Frotardo gran hoz
y pega tajo feroz
a unas coles prominentes,
que sucumben impotentes
tras sufrir el corte atroz.
Terminada la faena
reza un rito funerario
tras el cual, al emisario,
rotundo Frotardo ordena:
“A mi Rey cuenta la
escena
que acabas de
contemplar,
ni un detalle has de
olvidar,
mantén tu memoria
fresca
parte pronto para
Huesca,
ponte presto a cabalgar”
A su señor Don Ramiro
narrar lo visto promete
tras lo cual el buen jinete
dice '¡Adiós, yo ya
me piro!'
El Monje da gran suspiro
al finar la narración
pues comprende su intención,
“para salvar la poltrona,
no es bastante la chirona”:
de Frotardo es conclusión
Pregona el Rey que ha fundido
campana tan colosal
que un estrépito brutal
sonará tras su tañido.
A escuchar tan grande ruido
cita a nobles desleales;
el Rey, con suaves modales
y gesto muy bonachón
los introduce a un salón,
según cuentan los Anales.
Quince nobles, de uno en uno,
en dicha estancia se adentran
y en ella al verdugo encuentran
con tajo de sangre ayuno…
… No salió de allí ninguno,
sirvió su sangre de yesca
de campana gigantesca
y colgando de un cintajo
en medio, como badajo,
el noble Obispo de Huesca
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