El
Estado de Derecho se asemeja a un hermoso bosque lleno de frondosos
robles a cuyo cobijo acudían personas de toda la región huyendo
de los crudos vientos que les azotaban en la intemperie: el cierzo
de la intolerancia, el bochorno de la corrupción y el húmedo
levante del populismo.
En
el centro del bosque existía una Escuela de Jardinería en la que
trabajaban las personas encargadas de cuidar de él. Era práctica
habitual que sólo personas con profundos conocimientos de botánica
pudieran acceder a la Escuela, siendo preciso además que acreditaran
su cualificación de forma periódica ante los restantes habitantes
del bosque para mantenerse en tal servicio esencial para la vida de
todos.
El
objetivo con el que trabajaban en la Escuela era que los robles se
desarrollaran en plenitud, hasta alcanzar todo su esplendor.
El
bosque fue envejeciendo. Algunas personas comenzaron a decir que los
viejos árboles impedían crecer nuevos brotes. Además existían
otros muchos que estaban torcidos o deformes. La sombra de los
grandes robles era tan intensa que no permitía el paso del sol. Casi
no había flores.
El
bosque se había quedado viejo. Los jardineros que trabajaban en la
Escuela no sabían que hacer y pasaban el día enredados en
discusiones. Unos decían que bastaría con podar algunas ramas para
reducir el espesor de los robles, mientras que otros clamaban por
seguir aplicando los mismos cuidados de siempre.
Un
grupo de jóvenes profesores de la Facultad de Ciencias Polibotánicas
redactó un “Manifiesto en defensa de los nuevos brotes”, que
tuvo una gran difusión, siendo popularizado en las redes sociales por
el impactante inicio del escrito:
-
“¡Talemos...!”.
Pronto
fueron conocidos como “los leñadores” por el radicalismo de su
discurso que defendía que sólo talando los robles se conseguiría
que pudieran prosperar los brotes que hasta ahora se asfixiaban entre
los viejos árboles.
El
verano llegó y con él un intenso y anómalo frío que se acentuó
por la frondosidad del bosque que no permitía que los tibios rayos
del sol pudieran calentar a sus habitantes.
El
desánimo cundió:
- ”El
bosque ya no nos protege. Solo nos trae frío y oscuridad. Estaríamos
mucho mejor si el sol nos iluminara.”
Los jardineros estaban desconcertados. Se impuso la tesis de la poda,
pero no sabían cómo hacerlo porque las ramas estaban tan altas que
las escaleras no las alcanzaban.
Algunos pedían paciencia:
- “Si nos dais tiempo, construiremos escaleras más altas.”
Los
leñadores consiguieron convencer a sus conciudadanos:
-”¡Si nos dejáis cortar los robles viejos, tendréis toda la
luz del sol que queráis y, además, los nuevos brotes tendrán
espacio para crecer!”
- ”¡Es preciso talar todos los árboles!”. ¡Solo así podremos
regenerar el bosque ante el cambio climático que nos amenaza y del
que este verano es anticipo!”
La Asamblea de los ciudadanos consideró muy razonables estos
argumentos.
Los leñadores fueron elegidos jardineros y se aplicaron en cuerpo y
alma a su proyecto.
El
bosque desapareció. Sólo quedaron millares de jóvenes brotes de
roble.
Los
ciudadanos tuvieron sol,... y viento..., ... y fria intemperie, de la que se
libraron provisionalmente quemando la leña cortada, aunque el fuego
de las hogueras asfixió la mayoría de los brotes de roble.
En
cuanto al resto de los brotes, al perder la protección del bosque,
algunos fueron secados por el cierzo, otros fueron abrasados por el
bochorno. Los últimos fueron ahogados por el húmedo levante.
5 comentarios:
Pues mire, Don Gulliver
Yo vivo a 30 km de la ciudad, en una casa con jardín. Es un jardín a la vasca, con muchos árboles y setos y grava, y sólo una parte pequeña de pradera.
Quería tener un rincón para las hadas, y planté un roble, con cepellón, un espino, y un tilo, en cada vértice de un triángulo.
Después de 40 años sin podarlo, el roble estaba inmenso, y nos daba miedo que se fuera a caer alguna rama sobre los nietos. Así que, el año pasado , llamamos a unos podadores profesionales ( que venían a podarnos los plátanos y los olmos ), y le hicimos una buena poda de saneamiento.
Pues bien, todo el año pasado, el roble ha brotado con muchísima fuerza, pero con ramas largas y colgantes, y llenas de hojas, pero hacia abajo, llegando hasta el suelo. Le hemos estado llamando cariñosamente, nuestro roble llorón.
Este año le hemos cortado todas las nuevas ramas colgantes, y tiene otra vez aspecto de roble, aunque desnudo...
Y tenemos los dedos cruzados, para que no vuelva a ponerse a llorar... Y, desde luego, si crece esta vez hacia el cielo, como debe, le aseguro que no lo volvemos a podar. Por viejo que se haga.
Ah, y ¡Que mal educada estoy, se me olvidaba decir que su cuento me ha encantado, y darle las gracias por ello.
Muchas gracias por la visita, Dª Viejecita.
En mi tierra monegrina crecen pocos árboles (y además les cuesta despegarse de la tierra). No obstante, si resisten se hacen casi inmortales. Cerca de Zaragoza tenemos una sabina que pasa de los 2.000 años de edad
Quizás por eso mis gentes han desarrollado un sentido reverencial hacia ellos, en cuanto que los ven como un bien muy escaso y enormemente valioso
Nosotros en casa también somos "abraza árboles". Pero para que se hagan fuertes y resistan hay que podarlos de verdad (no talarlos).
Nuestros olmos, por ejemplo, están fuertes y sanos, y son los únicos de la zona que no han sucumbido a la plaga...
Buenas tardes, D. Gulliver.
Le pido perdón de antemano por mi intromisión, porque no creo que su alegoría sea muy acertada. Parto de la base de que ninguna metáfora es perfecta, pero es que ha tocado mi campo profesional y, bueno, me he visto obligado a comentarlo.
Para empezar, no son los jardineros los que cuidan el bosque, sino más bien los selvicultores (esto quizá sea puro corporativismo).
En segundo lugar, el objetivo principal de todo gestor de un bosque es perpetuar la masa, intentando sacar el máximo rendimiento posible (no sólo económico). Para ello, es imprescindible cortar árboles. No me quiero extender, pero se trata de imitar un sistema natural, adelantándose para obtener rendimientos. Por ello, hay que aclarar la masa seleccionando los peores individuos, para que los mejores crezcan en condiciones más favorables y sean los padres de la nueva generación.
De hecho, los tratamientos de regeneración son, esencialmente cortas. Y las cortas es algo que choca con el sentimentalismo perroflautista que nos inunda.
En otras palabras, el cuidado del bosque exige medidas antipáticas (cortas para aclararlo y eliminar a los peores), pero no irreversibles. Así, las claras controladas atenúan los diferentes impactos (erosión, paisaje, etc) permiten que el bosque esté preparado para ser sustituido por la nueva generación cuando se corte definitivamente. Y pueden ser más o menos intensas, pero controladas (dentro del sistema)
Polpotito y sus camaradas, en cambio, pretenden una medida irreversible, una corta a hecho que impediría la regeneración y causaría graves daños, ya que, como bien dice en su relato, quedarían expuestos a la acción de los elementos.
No me enrollo más. Supongo que esta matización forestal le parecerán puntualizaciones demasiado detallistas, pero entienda que he sufrido la cólera progre precisamente por defender las claras de los bosques y me he visto identificado con la situación.
Un saludo.
Gracias por su visita, D. Jergote.
Tomo nota de que hay soltar a unos cuantos legicultores con el encargo de hacer un adecuado clareo del bosque legislativo y del sotobosque reglamentario.
Pero eso da para otra parábola
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