martes, 16 de diciembre de 2014

Parábola de los leñadores



El Estado de Derecho se asemeja a un hermoso bosque lleno de frondosos robles a cuyo cobijo acudían personas de toda la región huyendo de los crudos vientos que les azotaban en la intemperie: el cierzo de la intolerancia, el bochorno de la corrupción y el húmedo levante del populismo.

En el centro del bosque existía una Escuela de Jardinería en la que trabajaban las personas encargadas de cuidar de él. Era práctica habitual que sólo personas con profundos conocimientos de botánica pudieran acceder a la Escuela, siendo preciso además que acreditaran su cualificación de forma periódica ante los restantes habitantes del bosque para mantenerse en tal servicio esencial para la vida de todos.

El objetivo con el que trabajaban en la Escuela era que los robles se desarrollaran en plenitud, hasta alcanzar todo su esplendor.

El bosque fue envejeciendo. Algunas personas comenzaron a decir que los viejos árboles impedían crecer nuevos brotes. Además existían otros muchos que estaban torcidos o deformes. La sombra de los grandes robles era tan intensa que no permitía el paso del sol. Casi no había flores.

El bosque se había quedado viejo. Los jardineros que trabajaban en la Escuela no sabían que hacer y pasaban el día enredados en discusiones. Unos decían que bastaría con podar algunas ramas para reducir el espesor de los robles, mientras que otros clamaban por seguir aplicando los mismos cuidados de siempre.

Un grupo de jóvenes profesores de la Facultad de Ciencias Polibotánicas redactó un “Manifiesto en defensa de los nuevos brotes”, que tuvo una gran difusión, siendo popularizado en las redes sociales por el impactante inicio del escrito:

- “¡Talemos...!”.

Pronto fueron conocidos como “los leñadores” por el radicalismo de su discurso que defendía que sólo talando los robles se conseguiría que pudieran prosperar los brotes que hasta ahora se asfixiaban entre los viejos árboles.

El verano llegó y con él un intenso y anómalo frío que se acentuó por la frondosidad del bosque que no permitía que los tibios rayos del sol pudieran calentar a sus habitantes.

El desánimo cundió:
- ”El bosque ya no nos protege. Solo nos trae frío y oscuridad. Estaríamos mucho mejor si el sol nos iluminara.”

Los jardineros estaban desconcertados. Se impuso la tesis de la poda, pero no sabían cómo hacerlo porque las ramas estaban tan altas que las escaleras no las alcanzaban.

Algunos pedían paciencia:
- “Si nos dais tiempo, construiremos escaleras más altas.”
Los leñadores consiguieron convencer a sus conciudadanos:

-”¡Si nos dejáis cortar los robles viejos, tendréis toda la luz del sol que queráis y, además, los nuevos brotes tendrán espacio para crecer!”

- ”¡Es preciso talar todos los árboles!”. ¡Solo así podremos regenerar el bosque ante el cambio climático que nos amenaza y del que este verano es anticipo!”

La Asamblea de los ciudadanos consideró muy razonables estos argumentos.

Los leñadores fueron elegidos jardineros y se aplicaron en cuerpo y alma a su proyecto.

El bosque desapareció. Sólo quedaron millares de jóvenes brotes de roble.

Los ciudadanos tuvieron sol,... y viento..., ... y fria intemperie, de la que se libraron provisionalmente quemando la leña cortada, aunque el fuego de las hogueras asfixió la mayoría de los brotes de roble.

En cuanto al resto de los brotes, al perder la protección del bosque, algunos fueron secados por el cierzo, otros fueron abrasados por el bochorno. Los últimos fueron ahogados por el húmedo levante.

5 comentarios:

viejecita dijo...

Pues mire, Don Gulliver
Yo vivo a 30 km de la ciudad, en una casa con jardín. Es un jardín a la vasca, con muchos árboles y setos y grava, y sólo una parte pequeña de pradera.
Quería tener un rincón para las hadas, y planté un roble, con cepellón, un espino, y un tilo, en cada vértice de un triángulo.
Después de 40 años sin podarlo, el roble estaba inmenso, y nos daba miedo que se fuera a caer alguna rama sobre los nietos. Así que, el año pasado , llamamos a unos podadores profesionales ( que venían a podarnos los plátanos y los olmos ), y le hicimos una buena poda de saneamiento.
Pues bien, todo el año pasado, el roble ha brotado con muchísima fuerza, pero con ramas largas y colgantes, y llenas de hojas, pero hacia abajo, llegando hasta el suelo. Le hemos estado llamando cariñosamente, nuestro roble llorón.
Este año le hemos cortado todas las nuevas ramas colgantes, y tiene otra vez aspecto de roble, aunque desnudo...
Y tenemos los dedos cruzados, para que no vuelva a ponerse a llorar... Y, desde luego, si crece esta vez hacia el cielo, como debe, le aseguro que no lo volvemos a podar. Por viejo que se haga.

Ah, y ¡Que mal educada estoy, se me olvidaba decir que su cuento me ha encantado, y darle las gracias por ello.

Gulliver dijo...

Muchas gracias por la visita, Dª Viejecita.
En mi tierra monegrina crecen pocos árboles (y además les cuesta despegarse de la tierra). No obstante, si resisten se hacen casi inmortales. Cerca de Zaragoza tenemos una sabina que pasa de los 2.000 años de edad

Quizás por eso mis gentes han desarrollado un sentido reverencial hacia ellos, en cuanto que los ven como un bien muy escaso y enormemente valioso

viejecita dijo...

Nosotros en casa también somos "abraza árboles". Pero para que se hagan fuertes y resistan hay que podarlos de verdad (no talarlos).
Nuestros olmos, por ejemplo, están fuertes y sanos, y son los únicos de la zona que no han sucumbido a la plaga...

Jergote dijo...

Buenas tardes, D. Gulliver.
Le pido perdón de antemano por mi intromisión, porque no creo que su alegoría sea muy acertada. Parto de la base de que ninguna metáfora es perfecta, pero es que ha tocado mi campo profesional y, bueno, me he visto obligado a comentarlo.
Para empezar, no son los jardineros los que cuidan el bosque, sino más bien los selvicultores (esto quizá sea puro corporativismo).
En segundo lugar, el objetivo principal de todo gestor de un bosque es perpetuar la masa, intentando sacar el máximo rendimiento posible (no sólo económico). Para ello, es imprescindible cortar árboles. No me quiero extender, pero se trata de imitar un sistema natural, adelantándose para obtener rendimientos. Por ello, hay que aclarar la masa seleccionando los peores individuos, para que los mejores crezcan en condiciones más favorables y sean los padres de la nueva generación.
De hecho, los tratamientos de regeneración son, esencialmente cortas. Y las cortas es algo que choca con el sentimentalismo perroflautista que nos inunda.
En otras palabras, el cuidado del bosque exige medidas antipáticas (cortas para aclararlo y eliminar a los peores), pero no irreversibles. Así, las claras controladas atenúan los diferentes impactos (erosión, paisaje, etc) permiten que el bosque esté preparado para ser sustituido por la nueva generación cuando se corte definitivamente. Y pueden ser más o menos intensas, pero controladas (dentro del sistema)
Polpotito y sus camaradas, en cambio, pretenden una medida irreversible, una corta a hecho que impediría la regeneración y causaría graves daños, ya que, como bien dice en su relato, quedarían expuestos a la acción de los elementos.
No me enrollo más. Supongo que esta matización forestal le parecerán puntualizaciones demasiado detallistas, pero entienda que he sufrido la cólera progre precisamente por defender las claras de los bosques y me he visto identificado con la situación.
Un saludo.

Gulliver dijo...

Gracias por su visita, D. Jergote.

Tomo nota de que hay soltar a unos cuantos legicultores con el encargo de hacer un adecuado clareo del bosque legislativo y del sotobosque reglamentario.

Pero eso da para otra parábola