viernes, 26 de agosto de 2011

Sátiras para la memoria


Carlos II, el último de los reyes españoles de la casa de Austria, padeció muchos problemas de salud durante su corta vida (39 años). A sus enfermedades, su raquitismo y sus limitaciones intelectuales se unió su esterilidad.

A los 18 años se casó con una bella princesa francesa, María Luisa de Orleans, sobrina de Luis XIV. El trago que pasó la pobre reina María Luisa al conocer a su marido debió ser considerable. Basta leer la descripción del desdichado Carlos que realizó el Nuncio del Papa

"El rey es más bien bajo que alto, no mal formado, feo de rostro; tiene el cuello largo, la cara larga y como encorvada hacia arriba; el labio inferior típico de los Austria; ojos no muy grandes, de color azul turquesa y cutis fino y delicado. El cabello es rubio y largo, y lo lleva peinado para atrás, de modo que las orejas quedan al descubierto. No puede enderezar su cuerpo sino cuando camina, a menos de arrimarse a una pared, una mesa u otra cosa. Su cuerpo es tan débil como su mente. De vez en cuando da señales de inteligencia, de memoria y de cierta vivacidad, pero no ahora; por lo común tiene un aspecto lento e indiferente, torpe e indolente, pareciendo estupefacto. Se puede hacer con él lo que se desee, pues carece de voluntad propia."

El pueblo español espera un heredero. Sin embargo éste no llega a pesar de los esfuerzos del Rey y de la admirable buena disposición de la Reina.
El genio satírico siempre vivo de los españoles resume la situación con esta espléndida redondilla

Parid, bella flor de lís,
que en aflicción tan extraña,
si parís, parís a España,
si no parís, a París.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Amigo Gulliver: Un breve pero jugoso post que nos recuerda al último de los Habsburgo que reinó en España y que todos recordamos de las clases de Historia como Carlos II el hechizado, hijo de Felipe IV.
Feo, enfermizo y quizás no muy inteligente, aunque probablemente no tan tonto como se creía, le imagino inseguro y acomplejado desde la infancia tratando de sobrevivir a sus achaques; llevando el peso de la corona como otra cruz más en su vida y soportando la mirada atenta de la corte y el pueblo para criticarle, ante el más mínimo error que cualquiera cometería sin ser objeto de reproche.
Cuando escucho las críticas que se hacen a las casas reales (no soy monárquico) por sus privilegios, me acuerdo de personajes como Carlos II y del enorme privilegio que supone ser un hombre corriente, que no está sujeto a protocolos y destinos trazados y tiene pleno derecho a ser como quiera y pueda sin tener que rendir cuentas a nadie; totalmente libre para elegir camino con derecho a equivocarse.
Ya ve, amigo Gulliver: con su breve comentario y la acertada introducción de la carta del Nuncio y la redondilla popular (digna de un pueblo con un ingenio difícil de superar), ha hecho que me extienda quizás más de lo necesario, pero me gusta largar.
Un saludo y mil gracias por el post.

Gulliver dijo...

Tiene mucha razón, amigo Jano. Es muy especial la posición de los reyes. A diferencia de otros gobernantes, ellos no escojen el poder, sino que les viene obligado por herencia. A muchos les viene grande, y algunos de ellos lo saben, y no siempre puede remediarse el problema con una abdicación (como la del Duque de Windsor) o un derrocamiento.
El pobre Carlos II tuvo que convivir con ello y, dentro de sus posibilidades, lo llevó con gran dignidad. Descanse en paz.
Gracias por sus comentarios siempre acertados.