Carlos II, el último de los reyes españoles de la casa de Austria, padeció muchos problemas de salud durante su corta vida (39 años). A sus enfermedades, su raquitismo y sus limitaciones intelectuales se unió su esterilidad.
A los 18 años se casó con una bella princesa francesa, María Luisa de Orleans, sobrina de Luis XIV. El trago que pasó la pobre reina María Luisa al conocer a su marido debió ser considerable. Basta leer la descripción del desdichado Carlos que realizó el Nuncio del Papa
"El rey es más bien bajo que alto, no mal formado, feo de rostro; tiene el cuello largo, la cara larga y como encorvada hacia arriba; el labio inferior típico de los Austria; ojos no muy grandes, de color azul turquesa y cutis fino y delicado. El cabello es rubio y largo, y lo lleva peinado para atrás, de modo que las orejas quedan al descubierto. No puede enderezar su cuerpo sino cuando camina, a menos de arrimarse a una pared, una mesa u otra cosa. Su cuerpo es tan débil como su mente. De vez en cuando da señales de inteligencia, de memoria y de cierta vivacidad, pero no ahora; por lo común tiene un aspecto lento e indiferente, torpe e indolente, pareciendo estupefacto. Se puede hacer con él lo que se desee, pues carece de voluntad propia."
El pueblo español espera un heredero. Sin embargo éste no llega a pesar de los esfuerzos del Rey y de la admirable buena disposición de la Reina.
El genio satírico siempre vivo de los españoles resume la situación con esta espléndida redondilla
Parid, bella flor de lís,
que en aflicción tan extraña,
si parís, parís a España,
si no parís, a París.
que en aflicción tan extraña,
si parís, parís a España,
si no parís, a París.