El reino de Algor se parece a un hombre que plantó un molino cara al viento
Estuviera despierto o dormido, el molino giraba de noche y de día sin que él supiera cómo.
El viento por sí mismo produjo primero un kilovatio, luego otro, y otro más y, al fin, megavatios abundantes en la turbina.
Cuando el molino quedó conectado a la red, el hombre aplicó en seguida su número de cuenta, porque había llegado el tiempo de la cosecha.
Parábola del buen ecologista
El reino de Algor se parece a un campo yermo y azotado por los vientos. Preocupado por el calentamiento global, un ecoemprendedor lo adquirió gracias a una ayuda agroambiental para la forestación y lo sembró de instancias dirigidas al Gobierno. Al poco de caer las primeras lluvias de ayudas comenzaron a crecer en el erial vigorosos brotes verdes eólicos que alumbraron espléndidos árboles de viento (Molinus sempergirans).
El adalid de la sostenibilidad, generoso y solidario, entrecavó sus conexiones para que fluyeran libres a los Centros de Transformación vivificando las redes eléctricas con ecoenergía, sin otra compensación para su esfuerzo que una insignificante tarifa fijada por el Gobierno.
Empeñado en la conservación de la biodiversidad, el buen ecologista sembró de instancias adicionales el campo yermo. Un pequeño chaparrón de ayudas complementarias le permitió contratar los servicios de una asociación conservacionista que recogió los cadáveres de las aves fallecidas accidentalmente dentro del bosque eólico y los transportó a comederos de buitres en peligro de extinción.
Porque a todo el que luche contra el calentamiento global y por el desarrollo sostenible se le dará y abundará; pero quien consuma energías fósiles, aún lo que tiene se le quitará