"¿Queréis un nombre para este mundo? ¿una solución para todos sus enigmas? Este mundo es la voluntad de poder y nada más" (F. Nietzsche)
El poder mueve a los hombres por encima de cualquier otra pasión o instinto por lo que, necesariamente, alienta y hace surgir lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros. Ha habido muchos escritores que han resaltado los aspectos negativos del poder: Shelley, por ejemplo, lo describe como una devastadora pestilencia que contamina todo lo que toca. Montherlant llega a decir que no había posibilidad de un ejercicio humano o racional del poder. Sólo es posible el abuso de poder. Heródoto, finalmente, afirma solemnemente que si se da todo el poder al hombre más virtuoso, pronto dejará de serlo.
Hay quien, como Platón, muestra algo más de optimismo al afirmar que el poder sólo vuelve malos a la mayoría de los hombres que lo detentan.
En un sentido más positivo, Napoleón observa la concurrencia de dos maneras de ejercer el poder, a través de la fuerza y de la inteligencia. De modo insólito, a la vista de su biografía, o quizás por esa misma peripecia personal, afirmó la absoluta impotencia de la fuerza, que siempre acaba vencida por la inteligencia.
Como denominador común de estas consideraciones, podemos afirmar que los pensadores de todas las épocas han apreciado los riesgos del poder y nos han amonestado sobre los perniciosos efectos de sus excesos.
¿Por qué es esto así?, ¿cuáles son las causas del lado oscuro del poder?, ¿cómo podemos corregir sus excesos?
- Cualquier afirmación sobre el poder debe ponerse en relación inevitable con los rasgos caracteriológicos de quienes lo pretenden conseguir y los efectos que sobre los mismos produce su ejercicio.
Nos hallamos ante personas poseídas de una fuerte vanidad y un intenso amor de dominio. Recorren, a fin de satisfacer ambos, una fina arista a cuyos lados se abren prodigiosos precipicios. El final de la escalada será la cumbre, hollada antes por otras muchas personas que han asumido el mismo riesgo en otras épocas, pero plenamente virgen para todos y cada uno de los afortunados triunfadores.
La victoria produce una sensación de plenitud única y genera en el poderoso un doble sentimiento difícilmente llevadero: logra un pleno valor de sí mismo y, a la vez y de modo contradictorio, una enorme prevención frente a toda persona que, a su alrededor pueda suponer un peligro, siquiera potencial a su dominio.
Esta sensación contradictoria tiene una gran intensidad y presiona de modo difícilmente soportable a los detentadores del poder.
La manera de escaparse de la presión es alejar de su entorno a las personas más brillantes intelectual y moralmente, por constituir el más posible origen de peligro y aumentar el número de mediocres. Esto proporciona al poderoso una mayor valoración de sus propias virtudes y una correlativa relajación en los temores a la pérdida de la posición de poder. Es una falsa solución pues conduce de modo indefectible a la ruina política. El poderoso concentra sus sentidos en su propia contemplación y en la contemplación que le hacen sus corifeos, con pérdida del sentido de la realidad que lo circunda. Las limitaciones que ello impone al ejercicio del poder se suelen compensar con el uso de la fuerza. La fuerza conduce al abuso de poder.
Distinta es la posición de otras personas (más reducidas en número) que cuando alcanzan la plenitud que supone la consecución del poder, superan la sensación contradictoria antes descrita rodeándose de personas valiosas, moral o intelectualmente, y asumen el riesgo potencial de verse limitados o privados del poder a cambio del valor adicional que éstos le reportan. Este refuerzo se obtiene de una doble manera: desde un plano interno, en cuanto que el poderoso no puede permitirse un ejercicio autocontemplativo del poder frente a sus propios colaboradores, que son potenciales rivales, pues ello supondría la pérdida de estima por parte de éstos y un posible asalto al poder de los mismos. Desde un plano externo, la energía adicional que aportan los colaboradores valiosos garantiza un ejercicio satisfactorio y adecuado del poder, lo cual ayuda a su perpetuación.
La inteligencia del poderoso es pues el primer mecanismo de limitación del poder. Los poderosos limitan su poder a fin de perpetuarse.
- El poder de los otros actúa como límite en un sentido totalmente idéntico al anterior. Antes hemos dicho que la inteligencia impone que la organización interna del poderoso lo potencie a través de su limitación, a fin de obtener una mayor consistencia frente al exterior. En caso contrario, la propia falta de limitación llevará consigo la pérdida del poder.
Ahora, de la misma manera afirmamos que quien, en el ejercicio de sus potestades, intenta imponerse de manera frontal y por aplastamiento absoluto a los rivales en el poder, esculpe en mármol su propia caida. Sólo aquel que es capaz de limitar su acción, no mostrando a los demás la plenitud de su poder y usando la tendencia de los otros poderosos a ejercerlo sin cortapisas conseguirá su perpetuación. Recordemos la frase de Lao-Tse, según el cual la humildad sirve para actuar sin poder y lleguemos más lejos, diciendo que sirve, más todavía, para actuar con poder.
Terminemos esta digresión con un poco de humor acerca de las barreras del poder y, recordando un sarcasmo de Lichtenberg, digamos que ante la queja de ciudadanos como nosotros por las muchas cosas que hacen mal los poderosos, ellos nos podrían responder: Imagináos el mal que hubiéramos podido hacer y que nuestra torpeza y falta de inteligencia no nos ha permitido concluir.